Friday, January 30, 2009

La felicidad toca a tu puerta, no la dejes ir

Por Kelly Rojas

Jamás debemos perder la esperanza. Si analizamos el porquè de todos nuestros sufrimientos, llegaremos a la conclusión que es precisamente porque se quebrantó la esperanza. El verdadero motivo no es el que no tengas trabajo, hayas terminado con tu novio, te hayas molestado con tu mejor amiga, no te dieron el aumento de sueldo que solicitaste. ¡No! Es esta no es la verdadera causa de tu tristeza, sino el que creas que jamás conseguirás todo aquello por lo que siempre luchaste. Es que perder la esperanza es como perder la vida misma, perder nuestro motivo de existencia, nuestro empuje a seguir en el camino, nuestros sueños e ilusiones.
Cuando escuchamos el evangelio de conversión de Pablo, en que este se cae del caballo y escucha la voz de Dios, nos hacemos varias interrogantes: ¿Es que acaso necesitamos una prueba tan fuerte en la vida para abrir los ojos y ver la luz de Cristo?. El sufrimiento purifica y te lava el alma para encaminarte a la santidad. Pero si hay tanta maldad en este mundo eso significaría que ya todos tuvieron su prueba de fuego o al menos la mayoría, entonces ¿por qué no se han colocado en las manos de Dios? ¿Por qué están tan apegados a este mundo? ¿Acaso su corazón tiene tanta dureza? Si hacemos un recorrido por las familias de nuestra localidad tratando de indagar sobre el porquè de tanta denigración moral de la que hoy somos concientes gracias al Espíritu Santo, descubrimos que los jóvenes tienen varios problemas personales y laborales de los que jamás les han comentado a sus padres, según manifiestan porque estos no tienen tiempo para conversar con ellos o porque conocen sus reacciones y es probable que “no les importe”. Entonces somos concientes del dolor que hay en el mundo y de que no es Dios el rey del mundo. Bien dice el evangelio, “los hijos del mundo son más astutos que los hijos de la Luz”. Ahora todo es conveniencia, todo es material, todo es ganancia. Si se casaron lo hicieron por conveniencia, si se fijaron en una joven o jovencito, lo hicieron porque les convenía tener una relación con ella o con él por el estatus, por el trabajo o por la herencia que algún día recibirán. Ahora podemos entender por qué los esposos son infieles y por qué no dan importancia a sus hijos, ni siquiera dialogan con ellos. Es tanta la banalidad, cosificación y relativismo que no llegaron al matrimonio con amor o ni si quiera llegaron al matrimonio, más que a una unión de hecho que tanto daño hace a las familias o lo que es peor, innumerables uniones de hecho a través del tiempo. Entonces si no existe amor entre los esposos y ahora padres, sus hijos jamás serán el fruto de su amor, porque lo que no existe no puede tener frutos porque simplemente no es. Pero este panorama es tan complejo que nos hacemos ahora otra interrogante: ¿Se puede llegar a ser santos en medio de tanta podredumbre? ¿Cómo lograrlo?¿Acaso estamos hablando de una utopía? Y si tenemos un sueño personal que estamos seguros se hará realidad, nos preguntamos: ¿Acaso tengo derecho a ser feliz, pese a que los demás son muy desdichados? ¿Por qué soy conciente de tanta maldad? Pues los demás la viven sin ni siquiera saberlo. ¿Por qué Nuestro Padre Dios quiso que conozcamos el dolor de la existencia? ¿Qué puedo hacer para ayudar a mi prójimo y que Dios le quite la venda de los ojos? ¿Habrá todavía esperanza? ¿Algún día tendremos paz?
Quizá nuestra familia es muy diferente a las que acabo de describir: hay verdadera unión y se vive el verdadero amor, pero ¿cómo lograr no sorprendernos y hasta no ser temerosos de aquellos que aún no conocen a Dios? ¿Cómo ser instrumentos de cambio sin permitir que el mundo nos conquiste? Pues llevamos el pecado muy dentro de nosotros y si nos rodeamos de tentaciones es muy probable que seamos débiles.
El Papa Juan Pablo II nos dice que no tengamos miedo, abramos las puertas de nuestro corazón y no temamos, pidámosle al Espíritu Santo, ser instrumentos suyos y de esa manera no vacilaremos porque contamos con su protección. Venzamos el miedo y aceptemos el reto de ser discípulos de Jesús. Dios no ha venido a convertir a los que ya forman parte de su familia y de su equipo, ha venido ha convertir a aquellos que aún no lo conocen, a aquellos que necesitan conocerlo y que están dispuestos a conocerlo. No tengamos miedo el “qué dirán” y caminemos con ellos para constituirnos en el instrumento de la Obra de Dios, si somos concientes de que sólo somos simples instrumentos, no lo dudemos, Dios no permitirá que el mundo nos conquiste.
Abramos las puertas de nuestro corazón a la felicidad, abramos las puertas de nuestro corazón a Dios. Éxitos hermanos en esta gran misión.

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